Camino del Salvador
Si caminar es el acto de dirigirse a un lugar o meta, hacerlo siguiendo un camino como el de Santiago es seguir una huella profunda que a lo largo de muchos siglos han dejado peregrinos
y caminantes. La experiencia, sea cual sea la causa que nos mueve a iniciarla, será sin duda una de las más intensas que podamos experimentar.
Para todo el que haya realizado el Camino de Santiago existe un antes y un después. La experiencia resulta sorprendente y enriquecedora para el peregrino actual, ciudadano de un mundo en el que todo está al alcance de la mano. Podemos imaginar qué sentiría el peregrino medieval cuyo conocimiento del mundo se reducía al de su entorno inmediato y un aliciente añadido a la ruta es intentar ver el Camino como esos antecesores.
Este maravilloso fenómeno se inició tras el hallazgo del sepulcro del apóstol Santiago en la novena centuria de nuestra era.
Reinaba en Asturias Alfonso II y las crónicas de la época narran cómo se convirtió en el primer peregrino ilustre cuando, desde Oviedo, se dirige al lugar del descubrimiento, en los confines de su reino, siguiendo la que será una de las primeras rutas de
peregrinación a través de los concejos del interior del occidente asturiano.
Oviedo, capital del Reino, era en aquellos momentos una ciudad santuario a la que había hecho llegar ese mismo monarca el “Arca Santa”, un sencillo recipiente de madera para un contenido de gran valor para la cristiandad: el conjunto de reliquias relacionadas con la vida, pasión y muerte del Salvador y sus apóstoles. La veneración de esos objetos generó una corriente de peregrinación que se pone en relación con la de Santiago desde el siglo XI. Este puede ser el origen de la frase popularizada por los peregrinos franceses: «Quien va a Santiago y no va al Salvador visita al criado y olvida al Señor».